El país quedó al margen del auge mundial de las energías limpias. Tras el parón de 2012 y obligado por los compromisos europeos, el Gobierno se abre de nuevo al sector

 

Una revolución limpia recorre todo el mundo. Bueno, no todo. Las principales potencias han abrazado las tecnologías renovables para generar electricidad empujadas por la caída de sus costes. Entre 2013 y 2015, la potencia eólica instalada creció más de un 20% en Europa, un 36% en Asia y un 24% en Norteamérica. España, mientras, miraba para otro lado; en ese mismo periodo aquí creció un 0,07%, el equivalente a instalar solo siete aerogeneradores en dos años. Entre 2013 y 2015, la potencia solar fotovoltaica aumentó más de un 15% en Europa, un 58% en Asia y un 52% en Norteamérica. España, el país del sol, miraba para otro lado: en ese mismo periodo la solar enganchada a la red eléctrica creció aquí solo un 0,3%.

 

¿Por qué España lleva cinco años en medio de un parón de las renovables si hace una década era líder mundial? El país sufrió una enorme indigestión, mezcla de varios ingredientes: una gran instalación de renovables en un periodo en el que la tecnología no estaba madura y requería de grandes ayudas públicas, que se diseñaron mal; una crisis que redujo drásticamente la demanda de electricidad; y un sistema sobrecapacitado —hay mucha más potencia instalada de lo que se demanda— basado en costosas centrales e instalaciones de combustibles fósiles. Cinco años después del parón decretado por el Gobierno del PP, se ultima una megasubasta de 2.000 megavatios para instalar renovables, que se celebra dentro de un mes. Será la segunda en un año. España, empujada por los compromisos europeos que tiene que cumplir, intenta salir del agujero en el que se metió.

 

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Fernando Monera cumple el mes que viene 70 años. Y lleva más de cuatro décadas en el negocio de las renovables. Ha asistido y participado del inicio, auge y caída del sector en España.

 

 

Inicio

Monera llegó a Barajas en 1976 con una placa solar bajo el brazo. “El primer panel fotovoltaico que entró en España lo traje yo”. Es su tarjeta de presentación. La compró en una feria tecnológica en EE UU. Desde entonces, Monera ha estado ligado a este sector a través de la empresa fotovoltaica que fundó, Elecsol. Durante más de una década, hasta mediados de los ochenta, su trabajo se centró en la instalación de placas en viviendas aisladas, las decenas de miles de casas que en la España rural no estaban enganchadas a la red eléctrica.

El Gobierno aprobó en 1986 el primer plan de renovables. Para entonces, la hidroeléctrica —que genera energía a través de los pantanos y que entra dentro de la categoría de renovables— estaba ya muy presente en España. Y había algunas experiencias puntuales de instalaciones solares y eólicas enganchadas a la red. “Se estaba entonces en fase de investigación”, recuerda Monera.

Pero no fue hasta mediados de los noventa cuando se produjo el verdadero desarrollo de estas dos tecnologías, que no emiten gases de efecto invernadero ni emplean combustibles fósiles. “Gamesa instaló su primer parque eólico en 1994”, recuerda Juan Diego Díaz, director de marketing de esta empresa y presidente de la Asociación Eólica de España. “Tuvimos un desarrollo muy fuerte con los primeros parques eólicos en 1998 y 1999”, añade José Miguel Villarig, presidente de la Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA).

 

 

Auge

“El 11 de septiembre de 2001. No se me puede olvidar la fecha. Ese día vendí mi empresa a una compañía americana”. Aunque Monera se desprendió de la propiedad, siguió en ella cinco años más. “En 2001 trabajaban en la empresa ya 300 personas”, rememora.

En 2001 también Gamesa salió a Bolsa y comenzó su estrategia internacional. Estaba vigente ya el plan de renovables 2000-2010. “En 2004, había instalados ya unos 8.000 megavatios de eólica en España”, apunta Villarig, de APPA. Eso equivale a un tercio de la potencia actual de esta tecnología limpia en España. En el caso de la eólica, su crecimiento fue suave y algo más ordenado.

El caos se produjo con la solar. “Fue un desarrollo brusco”, admite Villarig. “Hicimos algo insostenible”, añade Alberto Amores, socio de Monitor Deloitte especializado en energía. “Fue un error regulatorio”, dice José Donoso, director de la Unión Española Fotovoltaica (Unef).

Todos se refieren a lo ocurrido en 2008 con la fotovoltaica y al boom de las llamadas granjas solares. El Gobierno, entonces del PSOE, abrió la mano a la instalación de plantas. Y se disparó el número de granjas, que estaban primadas. En 2007, según los datos de Red Eléctrica de España, había instalados 637 megavatios de fotovoltaica. Un año después, eran 3.355; en unos meses se multiplicó por cinco la potencia y, por tanto, las primas, que eran necesarias para que los promotores pudieran hacer frente a la inversión.

“Las primas fueron desmesuradas”, apunta José María Baldasano, catedrático de Ingeniería Ambiental de la Universidad Politécnica de Cataluña. Pero el problema de fondo, añade este experto, es que España no ha contado con una “verdadera planificación” desde 2000 para descarbonizar su sector eléctrico, es decir, para dejar de producir energía con tecnologías que emiten CO2.

 

 

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Caída

“Por las mañanas jugaba al golf y por las tardes, a la Bolsa”. Monera se había jubilado en 2006 y, aunque mantenía contactos con el sector, se quedó al margen del temporal que azotó a las renovables a partir de 2008. “Fue la tormenta perfecta”, señala Amores, de Deloitte. La crisis hundió la demanda de electricidad, que todavía hoy sigue en niveles similares a los de 2004, recuerda Villarig. Eso acentuó aún más el problema de la sobrecapacitación del sistema eléctrico, del que no eran solo responsables las renovables. Desde los años noventa, recuerda Amores, España se lanzó a construir ciclos combinados, “previendo también que la demanda iba a crecer”. Son las centrales que utilizan gas para generar electricidad, que, aunque son menos contaminantes que las térmicas de carbón, también expulsan CO2. “Los ciclos están trabajando ahora al 10% o el 12%”, admite Antoni Peris, presidente de Sedigas, la patronal gasista.

Esas centrales construidas y no utilizadas y las primas contribuyeron al déficit de tarifa, que ahora ronda los 23.000 millones. Este déficit —la diferencia entre lo que ingresan los productores y distribuidores de electricidad a través de las tarifas y los derechos de cobro que tienen reconocidos por las sucesivas normas aprobadas desde hace 17 años— no era culpa solo de las renovables. Pero el Gobierno del PP empleó el argumento de la necesidad de reducirlo para decretar el parón de las renovables en 2012 y el recorte de los incentivos.

Un año antes, el Ejecutivo socialista aplicó los primeros recortes de primas, que se han ido sucediendo. “Las plantas fotovoltaicas han perdido entre el 15% y el 55% de ingresos”, calcula Donoso.

Muchos propietarios de granjas se las acabaron entregando a los bancos, que las habían financiado. Y el recorte en las primas hizo que España se convirtiera en uno de los países del mundo con más demandas ante el Ciadi, el organismo de arbitraje del Banco Mundial encargado de resolver los pleitos entre Estados e inversores internacionales. Ahora hay 27 presentadas, aunque todavía no se ha resuelto ninguna.

Para el sector eólico no ha sido tan traumático el parón, aunque las empresas se han visto obligadas a mirar hacia fuera. Por ejemplo, el 50% de la producción de aerogeneradores de Gamesa en 2008 era para el mercado interior. “Hoy el 100% se exporta”, señala Díaz. Eso sí, el golpe al empleo fue tremendo. El sector eólico empleaba en 2008 a 40.000 personas. Hoy son 22.000.

 

 

Futuro

“Me aburría y volví”. Poco le duró el retiro a Monera. A principios de esta década fundó otra empresa fotovoltaica. “Pero ya no tenía en la cabeza los parques solares”. Ahora se dedica al autoconsumo, a las placas que los ciudadanos pueden instalar en domicilios o empresas para generar electricidad para ellos y para volcarla a la red y cobrar. Pero el sector fotovoltaico lleva cinco años en guerra con el Gobierno del PP por este asunto; le acusan de poner trabas, como el impuesto al sol. Además, el Gobierno tardó cinco años en aprobar la norma que regula el autoconsumo.

En el sector eólico, la mirada está puesta en las subastas. A finales de abril o principios de mayo está previsto que se celebre una para instalar 2.000 megavatios nuevos renovables —que podrían llegar a 3.000—. “Supone retomar el camino de la instalación de renovables”, sostiene Daniel Navia, secretario de Estado de Energía, quien recuerda la necesidad de cumplir los objetivos europeos. “La tecnología ha madurado mucho”, indica Navia: “Ahora son sorprendentes los bajos costes”. Tanto, que la última subasta realizada hace un año —por 500 megavatios de eólica— se la llevó una empresa cuya propuesta era cobrar solo lo que marque el mercado mayorista, es decir, sin primas. “Los costes de fabricación en los últimos diez años han caído un 60% en el sector eólico”, apunta Díaz, de Gamesa. Algo similar ha pasado con la fotovoltaica. “No imagino a ninguna compañía invirtiendo en no renovables ahora”, dice Amores.

El 40% de la electricidad que se produce ahora en España viene de fuentes limpias, gracias fundamentalmente a la hidroeléctrica y a la eólica instalada en la década pasada. Pero el país, igual que toda la UE, debe aumentar su cuota de energías limpias. En 2050 —dentro de dos días, si se tiene en cuenta que en este sector las inversiones se planifican a 20 o 25 años vista— toda la generación eléctrica tendrá que estar descarbonizada para cumplir el Acuerdo de París contra el cambio climático. Es decir, a mediados de siglo, no se podrá generar electricidad con fuentes que emitan CO2. Y la vía, coinciden todos, son las renovables.

 

Fuente: El País